sábado, 5 de mayo de 2012

Historia de las armas biologicas

Desde tiempos remotos el hombre ha utilizado humos, gases, vapores, nieblas artificiales para molestar al enemigo e inducirlo a la rendición o al abandono de los sitios por ellos ocupados, de forma tal de poderlos atacar a campo abierto. Los primeros daños verdaderos en las vías respiratorias se produjeron cuando comenzó a ser empleado óxido sulfúrico, el cual que era obtenido por la simple combustión al aire libre de polvo de azufre. Sus vapores eran empleados tanto por defensores como por atacantes, pero no existiendo dispositivos para lanzar el gas en la dirección querida, era casi siempre el viento quien establecía quien iba a ser la víctima. La prioridad en el empleo de los gases venenosos ha sido recientemente reivindicada por los chinos, quienes aseguran que en el siglo II a.C provocaban la ceguera de sus enemigos soplando nubes de pimiento en polvo y los primeros en experimentar durante las guerras de los llamados" vasos fétidos", que eran globos de terracota que al romperse dejaban libres vapores irritantes. Los primeros ejemplos históricamente probados del empleo de sustancias irrespirables se remontan a la Guerra del Peloponeso, entre Esparta y Atenas en el año 431 a.C que duró 27 años. En el Libro II, capítulo 77 de la Guerra del Peloponeso de Tucídides se relata que los acres vapores de azufre impedían a los defensores atenienses acercarse a las defensas. Eneas, célebre estratega griego del siglo IV a.C suministra la fórmula para preparar mezclas incendiarias, la cual es quizás la más antigua que ha llegado hasta nuestros días. Arriano, el historiador de Alejandro Magno en su escrito Expediciones de Alejandro – Libro II narra que en el año 332 a.C durante el sitio de la ciudad fenicia de Tiro, los asediados recurrieron en varias oportunidades al empleo de humos de azufre para defender las muralla, asimismo describiendo el mismo sitio Quinto Curcio Rufo refiere que los Fenicios lograron incendiar una torre y otras construcciones defensivas de los macedonios construidas cerca de los muelles empujando hacia las mismas una embarcación llena de azufre y bitumen en llamas. También en la historia romana es frecuente la mención de guerras libradas con la ayuda empleo de sustancias productoras de humos irritantes. Durante el asedio de la ciudad corintia de Ambracia en el año 189 a.C los sitiadores excavaron una galería por debajo de las murallas para entrar a la ciudad a retaguardia de los sitiados, los cuales habían hecho algo similar. Por casualidad ambos túneles se encontraron desarrollándose grandes combates. Los sitiados tuvieron entonces una nueva idea: llenaron un recipiente de terracota con plumas, incendiándolo. El humo nauseabundo producido obligó a los romanos a retirarse. Plutarco cuenta que durante la campaña de España contra la actual Guadalajara, en el año 81 a. C. el cónsul romano ordenó preparar un cordón formada por una mezcla de tierra muy fina, cal viva y azufre. La misma fue movida por medio de caballos al galope de modo tal que la nube tóxica transportada por el viento logró que los enemigos enceguecidos y con accesos incontenibles de tos se rindieran. En los libros redactados por Sexto Julio Frontino (alrededor del año 90 d.C) se mencionan acciones tales como el introducir nubes de abejas en los túneles, lanzar contra las naves enemigas recipientes llenos de serpientes venenosas, dejar libres fieras hambrientas contra los sitiados, lanzar dentro de las murallas carroña de animales en descomposición, etc. Sexto Junio Africano hace referencia que en el siglo III d.C los ejércitos en guerra comenzaron a intoxicar la atmósfera con azufre, nitratos, sulfuro de antimonio y asfalto y los pozos de agua empleando vitriolo verde. En el mismo período los griegos comenzaron a agregar arsénico y petróleo a sus mezclas inflamables obteniendo sustancias que quemaban más largamente y que desarrollaban una mayor cantidad de vapores. Con este objeto usaban realgar ( bisulfuro de arsénico) fácil de encontrar en la naturaleza. El arma más eficaz durante el primer milenio después de Cristo fue el "fuego griego" formado por una mezcla de petróleo, azufre, cal viva y salitre que revelaba eficacia incendiaria muy superior a otras mezclas similares conocidas en aquellos tiempos, aunque no se sabe con precisión quien fue el primero en utilizarla La mezcla incendiaria era lanzada en pequeñas botellas de terracota sin tapón que eran prendidas antes de ser lanzadas por medio de hondas contra las filas enemigas. Otra forma era incendiar la punta de las flechas con la punta revestida con estopa impregnada en este líquido. En muchos casos se robaban caballos enemigos, se cargaban los mismos con sustancias impregnadas en estas sustancias, se encendían las mismas al tiempo que se soltaban los caballos, que galopaban hacia sus campamentos con las consecuencias imaginables. La presencia de fuego griego en las batallas navales era casi siempre determinante: quien lograba lanzarlo primero, con mayor precisión y en mayor cantidad, tenía mayores probabilidades de ganar. Hacia fines del primer milenio los árabes lograron conocer la fórmula del mismo y con la ayuda de sus alquimistas comenzaron a variar la composición para aumentar su poder destructivo. En su composición comenzaron a aparecer sustancias tale como la esencia de trementina, el alcanfor, el óxido arsenioso, y el ácido nítrico (estas dos últimas sustancias obtenidas por el árabe Geber en el 750 a.C). En los tratados árabes del siglo XI aparecen dos tipos de fuegos diferentes: los que solo servían a incendiar naves y fortificaciones y aquellos que desprendían durante un largo tiempo vapores venenosos. Durante las Cruzadas los caballeros cristianos estuvieron expuestos a la acción de las mismas, a menudo los proyectiles incendiarios eran lanzados mediante un cohete que los cristianos llamaron "sarasina". En 1275 el alquimista árabe Hassan El Rammah escribió el "Tratado sobre la guerra" en el que describió los efectos de gases venenosos obtenidos por la combustión de sustancias que contenían opio y arsénico. Siglos después (XV y XVI) el mismo empleo fue aconsejado por alquimistas alemanes, los cuales elaboraron un gran número de fórmulas para obtener vapores aún más perniciosos para ser utilizados contra los turcos y los infieles Durante la guerra que libró la Serenísima (Venecia) contra el Duque de Ferrara en 1482 a instancia del técnico del arsenal veneciano Alvise de Venecia fueron empleadas durante el sitio de la ciudad, bombardas inventadas por él capaces de lanzar bolas de metal que explotaban a su llegada para liberar humos venenosos que causaban la inmediata muerte de los presentes. También Leonardo interesado con estos insólitos sistemas de guerra, sugirió su uso para eliminar o disminuir al enemigo, pero no se limitó a estudiar las modalidades de empleo sino que fue el primero en sugerir sistemas válidos de protección y de defensa. En 1640 cuando los turcos invadieron Europa, el químico alemán John Rudolf Glauber invitó a su gobierno a preparar bombas lacrimógenas irritantes a base de esencia de trementina y ácido nítrico, aunque la ejecución del proyecto fracasó por no poderlo llevar a la práctica al no disponerse de la tecnología y de los conocimientos químicos necesarios para la realización práctica. En la segunda mitad del siglo XVII muchos jefes de estado y comandantes militares invitaron a sus científicos a elaborar sustancias venenosas o irritantes En 1670 G.W. Leibniz, el conocido filósofo y matemático alemán señalo a su gobierno que con el empleo de sustancias arsenicales era posible producir abundantes humos irritantes y suministró consejos prácticos para liberar nubes de humos irritantes o cortinas fumógenas tan densas como para esconder los movimientos de las propias tropas al enemigo y es justamente esta la estrategia empleada por Carlos XII de Suecia en 1701 durante la campaña contra los sajones para maniobrar su ejército sin que el enemigo se percatara de sus movimientos Pero no todos los jefes de estado estaban dispuestos a usar estos métodos suministrados por la química. Muchos los retenían contrarios al espíritu de caballería tradicional, otros a los principios humanitarios. Luis XIV de Francia, por ejemplo, cuando el medico Dupré, en 1640, le expuso un método parar producir un líquido que además de ser asfixiante provocaba quemaduras ordenó la destrucción de todo documento relativos al mismo y le prohibió, bajo pena de muerte, la continuación de sus experimentos. Si bien Napoleón se negó al empleo de proyectiles de artillería llenos de ácido cianhídrico e hizo detener a un químico inglés que le había propuesto el de modo tal que no pudiera ofrecerlo a sus adversarios, se supone que durante las últimas campañas napoleónica fueron empleadas, con fines experimentales, bombas que contenían sustancias arsenicales puesto que por mucho tiempo los animales que pastaban sobre esos campos de batallas morían presentando síntomas de envenenamiento con arsénico. En 1865 los técnicos franceses probaron en un recinto llenos de perros. En la localidad de Chalons, un nuevo proyectil de obús que estallaba expandiendo vapores venenosos que causaron la muerte de numerosos animales. Durante el experimento estaba presente Napoleón III el cual muy impresionado por lo que veía consideró que el uso de sustancias venenosas era una acto de barbarie haciendo suspender los experimentos. Es interesante remarcar que a pesar de las declaraciones humanitarias oficiales casi todos los gobiernos continuaron con la investigación de productos químicos en busca de un arma eficaz y segura. Durante las siguientes décadas las condiciones generales cambiaron rápidamente. La química, luego de un largo período de incubación en el laboratorio, estaba lista para suministrar productos de gran importancia para el progreso. Muchas de estas sustancias si bien preparadas para ser empleadas con finalidades no bélicas, revelaron pronto sus propiedades tóxicas mucho más letales de las que hasta entonces eran empleadas como venenos. El fosgeno, por ejemplo, que hizo su siniestra aparición en los campos de batalla de la primera guerra mundial, había sido descubierto por Davy en 1812, el cuál lo había obtenido mientras observaba la acción de la luz sobre una mezcla de cloro y óxido de carbono, Entre 1870 y 1880 éste gas fue producido en grandes cantidades en Inglaterra y en Alemania en cuanto era empleado en la producción de colores, especialmente los escarlatas ácidos sólidos empleados en Inglaterra para teñir los tejidos de algodón. Algunos
accidentes mortales en las fábricas mostraron que el fosgeno era uno de las sustancias más tóxicas producida por el hombre. Muy peligrosa también resultó el sulfuro de dicloroetileno (Yperita) obtenida en forma casual por el químico inglés Guthrie en 1860 el cual era vesicante. Los Estados Mayores de las principales potencias se interesaron en la nueva descubrimiento y muchos luego de haber constatado la imposibilidad de destruir totalmente los refugios construidos con la nueva tecnología del cemento armado comenzaron a considerar con interés la posibilidad de empleo de gases con mayores densidades que la del aire capaces de penetrar en los sitios invulnerables a los proyectiles El espectro de la guerra química comenzaba a perfilarse en toda su inmensa gravedad. La propuesta de prohibir tales sustancias inmediatamente encontró las necesarias adhesiones y es así como en el mes de julio de 1899 las principales potencias se reúnen en La Haya para la Conferencia Internacional de Paz

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